"Estaba
ahí cuando fuiste concebido.
En
la adrenalina de la vergüenza de tu madre.
Me
sentiste en el fluido del vientre de tu madre.
Te
encontré antes de que pudieses hablar.
Antes
de que entendieras.
Antes
de que tuvieras ningún tipo de conocimiento.
Te
encontré cuando estabas aprendiendo a hablar.
Cuando
estabas desprotegido y expuesto.
Cuando
eras vulnerable e indigente.
Antes
de que tuvieras ninguna barrera.
Mi
nombre es vergüenza tóxica.
Te
encontré cuando eras mágico.
Antes
de que supieses que estaba allí.
Separé
tu alma.
Te
traspasé hasta el corazón.
Te
traje sentimientos de imperfección y defectos.
Te
traje sentimientos de desconfianza, fealdad,
estupidez,
duda, inutilidad, inferioridad
e
indignidad.
Te
hice sentir diferente.
Te
dije que había algo mal en ti.
Manche
tu divinidad.
Mi
nombre es vergüenza tóxica.
Existía
antes que la conciencia,
Antes
que la culpa.
Antes
que la moralidad.
Soy
la primera emoción.
Soy
la voz interna que susurra palabras de condena.
Soy
el estremecimiento interno que te recorre sin que
tengas
ninguna preparación mental.
Mi
nombre es vergüenza tóxica.
Vivo
en secreto.
En
las profundas riberas húmedas de la depresión
oscura
y la desesperación.
Siempre
aparezco furtivamente y te cojo desprevenido.
Vengo
por la puerta trasera.
Sin
ser invitado ni deseado.
El
primero en llegar.
Estaba
allí en el principio del tiempo.
Con
Padre Adán, Madre Eva.
Hermano
Caín.
Estaba
en la Torre de Babel.
Y
en la Matanza de los inocentes.
Mi
nombre es vergüenza tóxica.
Provengo
de progenitores “desvergonzados”,
del
abandono, el ridículo, el abuso,
la
negligencia, los sistemas perfeccionistas.
Estoy
autorizado por la intensidad aterradora
de
la furia de un padre.
Los
comentarios crueles de los hermanos.
La
burlona humillación de los otros niños.
El
reflejo espantoso de los espejos.
La
caricia que te deja helado y temblando.
La
bofetada, el pellizco, la sacudida
que
rompe la confianza.
Me
intensifican.
Una
cultura racista, sexista.
La
condena justificada de los religiosos fanáticos.
Los
miedos y presiones de la escuela.
La
hipocresía de los políticos.
La
vergüenza multigeneracional
de
sistemas familiares disfuncionales.
Mi
nombre es vergüenza tóxica.
Puedo
transformar a una mujer, a un judío,
a
una persona de color, a un homosexual,
a
un oriental, a un precioso niño
En
una puta, un perro judío, un negro,
un
marica, un sucio amarillo, un cabrón egoísta.
Traigo
un dolor que es crónico.
Un
dolor que no se irá.
Soy
el cazador que te acecha noche y día.
Cada
día y en cada sitio.
No
tengo fronteras.
Tratas
de esconderte de mí.
Pero
no puedes.
Porque
vivo dentro de ti.
Te
hago sentir desesperado.
Como
si no hubiese salida.
Mi
nombre es vergüenza tóxica.
Mi
dolor es tan insoportable que debes
transmitirlo
en forma de control,
perfeccionismo,
desdén, críticas,
culpa
envidia, juicios, poder y rabia.
Mi
dolor es tan intenso
que
debes ocultarme con adicciones,
roles
inflexibles, escenificaciones,
y
defensas inconscientes.
Mi
dolor es tan intenso.
Que
debes petrificarte y no sentirme más.
Te
convencí de que me había ido
-
que ya no existía-
sientes
ausencia y vacío.
Mi
nombre es vergüenza tóxica.
Soy
la esencia de tu codependencia.
Estoy
en banca rota espiritual.
La
lógica del absurdo.
El
impulso de la repetición.
Soy
el crimen, la violencia, el incesto, la violación
Soy
el agujero voraz que alimenta todas las adicciones
Soy
la insaciabilidad y la codicia
Soy
Ahabero el judío Errante
El
Buque Fantasma de Wagner
El
hombre clandestino de Dostoievski
El
seductor de Kierkegaard
El
Fausto de Goethe
Deformo
el quien eres en qué haces y tienes
Asesino
tu alma y te transmites por generaciones.
Mi
nombre es vergüenza tóxica.
Esta
meditación resume las formas en que tu niño maravilloso se hiere. La perdida de
tu yoicidad es una bancarrota espiritual. El niño maravilloso queda abandonado
y solo. Como escribió Alice Miller en Por tu propio bien, es peor que ser un
superviviente de un campo de concentración.
Los
presos maltratados en un campo de concentración... son libres internamente de
odiar a sus perseguidores. La oportunidad de experimentar sus sentimientos,
incluso de compartirlos con otros presos le evita tener que entregar su yo.
Esta oportunidad no la tienen los niños. Estos no deben odiar a su padre... no
pueden odiarlo... Temen perder el amor si lo hacen... Así los niños, a
diferencia de los presos del campo de concentración, se enfrentan con un
torturador al que aman.
El
niño sigue viviendo en su tormento, sufriendo pasivamente o explotando de
rabia, exteriorizando, interiorizando, proyectándose y expresándose de la única
forma que sabe. Recuperar ese niño es el primer paso de nuestro viaje de vuelta
a casa."