Una
noche estaba yo sola, harta y exhausta. Había estado viajando sin cesar, lejos
de mis amigos y de mi familia. Había volado de regreso a casa esa noche, pero
parecía que nadie se había dado cuenta. La gente estaba acostumbrada a verme
en casa.
Ya
era tarde y empecé a discutir con Dios.
“He
estado fuera trabajando duro. Me siento sola. Necesito saber que alguien me
quiere. Tú me has dicho que Te diga lo que necesito, y
esta
noche, Dios mío, necesito particularmente la presencia de
energía
masculina. Necesito un amigo, alguien en quien yo confíe que le guste estar
conmigo en una forma no sexual. Necesito que me abracen. Pero, ¿dónde estás?
Me
recosté en el sillón y cerré los ojos. Estaba demasiado cansada
para
hacer cualquier otra cosa que no fuera dejar ir lo que sentía.
El
teléfono sonó unos minutos después. Era un antiguo colega que se había
convertido en mi amigo. “Hola, chica”, me dijo. “Te oyes muy cansada y con
necesidad de hablar. Quédate exactamente donde estás. Voy para allá a darte
un masaje en los pies. Me parece que eso es exactamente lo que necesitas”.
Media
hora después tocó mi puerta. Trajo una pequeña botella con aceite y
suavemente me dio masaje en los pies, me abrazó, me dijo cuánto me quería y
luego se fue.
Sonreí.
Había recibido exactamente lo que había pedido.
Es
seguro confiar en Dios.
Hoy
recordaré que a Dios le importa lo que yo necesito,
especialmente
si me importa a mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario