“Si, ya sé
que tu esposo es un alcohólico, pero mi hijo es alcohólico y eso es distinto
¡Es peor!”. ¡Mi dolor es más grande que el tuyo!
Que fácil
trampa puede ser ésa para nosotros. Salimos para mostrarles a los demás cuanto nos
han victimado, cuanto sufrimos, cuan injusta es la vida y que tremendos
mártires somos. ¡Y no estaremos contentos hasta que lo seamos!
No tenemos
por que probarle a nadie nuestro dolor y sufrimiento. Nosotros sabemos que
hemos tenido dolor. Sabemos que hemos sufrido. Muchos de nosotros hemos sido
autenticamente victimados. Muchos de nosotros hemos tenido lecciones difíciles,
dolorosas que aprender.
La meta en
la recuperación no es mostrarle a los demás cuanto sufrimos o hemos sufrido. La
meta es detener nuestro dolor y compartir esa solución con otros.
Si alguien
empieza a tratar de probarnos cuanto sufre, le podemos decir simplemente.
“Parece que te han hecho sufrir”. Quizá lo único que esa persona esta buscando
es la validación de su dolor.
Si nos
sorprendemos tratando de probarle a alguien cuánto hemos sufrido, si tratamos
de detener el dolor de otra persona, quizá queramos detenernos a pensar y
averiguar qué está pasando. ¿Necesitamos reconocer cuánto hemos sufrido o
estamos sufriendo?
No hay un
premio ni una recompensa en particular para el sufrimiento, como nosotros nos
engañamos en creer en el colmo de nuestra codependencia. La recompensa es
aprender a parar el dolor y a movernos a la alegría, a la paz y a la plenitud.
Ese es el
regalo de la recuperación y está igualmente disponible para todos nosotros,
aunque nuestro dolor haya sido más grande, o menor, que el de alguien más.
“Dios mío,
ayúdame a mostrarme agradecido por todas mis lecciones, incluso por aquellas
que me causaron más dolor y sufrimiento. Ayúdame a aprender lo que necesito
aprender. Para que pueda detener el dolor en mi vida. Ayúdame a concentrarme en
la meta de la recuperación, en vez de en el dolor que me motivó hacia ella”.
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