No importa
cuánto tiempo llevemos en recuperación, no importa qué sólido sea nuestro
fundamento espiritual, podemos sentir aún un abrumador deseo de castigar a otra
persona o de desquitarnos de ella.
Queremos
venganza.
Queremos que
la otra persona sufra como nos ha hecho sufrir a nosotros. Queremos ver que la
vida le dé a esa persona su justa recompensa. De hecho, nos gustaría ayudarle a
la vida a hacerlo. Esos son sentimientos normales, pero no tenemos que actuar
conforme a ellos. Esos sentimientos son parte de la ira que sentimos, pero no
es nuestra labor administrar justicia.
Podemos
permitirnos sentir la ira. Es útil ir un paso más profundo y dejarnos sentir
los otros sentimientos: el daño, el dolor, la angustia. Pero nuestra meta es
liberar esos sentimientos y acabar con ellos.
Podemos
hacer responsable a la otra persona. Podemos responsabilizarla. Pero no es
nuestra responsabilidad ser juez y parte. Buscar venganza activamente no nos
ayudará. Nos bloqueará y nos retendrá.
Aléjate.
Deja de jugar el juego. Desengánchate. Aprende tu lección. Dale gracias a la
otra persona por haberte enseñado algo valioso. Y acaba con ello. Ponlo detrás,
con la lección intacta.
La
aceptación ayuda. Lo mismo el perdón, no del tipo que invita a la persona a que
nos use otra vez, sino un perdón que libere a la otra persona y lo deje en
libertad de seguir un camino diferente, al tiempo que nosotros nos liberamos de
nuestra ira y resentimiento. Que nos libera para seguir nuestro propio sendero.
“Hoy estaré
tan enojado como tenga que estar, con la meta de acabar mis asuntos con los
demás. Una vez que haya liberado mi dolor y mi ira, me esforzaré por perdonar
sanamente, perdonar con límites. Entiendo que los límites, aparejados con el
perdón y la compasión, me llevarán hacia adelante”.
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