No tenemos
por qué darle tanto poder a los demás y tan poco a nosotros mismos. No tenemos
por qué darle tanto crédito a los demás y tan poco a nosotros mismos. En la
recuperación de la codependencia aprendemos que hay una gran diferencia entre
la humildad y el menospreciarnos a nosotros mismos.
Cuando los
otros actúan en forma irresponsable e intentan culparnos a nosotros de sus
problemas, ya no nos sentimos culpables. Los dejamos que se enfrenten a sus
propias consecuencias.
Cuando los
demás dicen tonterías, no nos cuestionamos nuestra propia manera de pensar.
Cuando otros
tratan de manipularnos o explotarnos, sabemos que está bien sentir ira y
desconfianza y decirle no al plan.
Cuando los
otros nos dicen que queremos algo que en realidad no queremos, o cuando alguien
nos dicen que no queremos algo que sí queremos realmente, confiamos en nosotros
mismos.
Cuando los
otros nos dicen cosas que no creemos, sabemos que está bien confiar en nuestros
instintos. Siempre podemos cambiar de opiniones después.
No tenemos
por qué renunciar a nuestro poder personal por nadie: extraños, amigos,
cónyuges,, hijos, figuras de autoridad o aquellos para quienes nosotros somos
la autoridad. La gente puede tener cosas que enseñarnos. Pueden tener más
información que nosotros y parecer más confiados o poderosos que lo que
nosotros nos sentimos. Pero somos iguales. Ellos no tienen nuestra magia.
Nuestra magia, nuestra luz, está en nosotros. Y es una luz tan brillante como
la suya.
No somos
ciudadanos de segunda clase. Al ser dueños de nuestro poder, no tenemos por qué
volvernos agresivos o controladores. No tenemos por qué menospreciar a los
demás. Pero tampoco tenemos por qué menospreciarnos a nosotros mismos.
“Hoy seré
dueño de mi poder con la gente. Me dejaré saber lo que sé, sentir lo que
siento, creer en lo que creo y ver lo que veo. Estaré abierto a cambiar y a
aprender de los demás y de la experiencia, pero también confiaré en mí mismo y
me validaré. Me basaré en mi propia verdad”.
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