SEGUNDO PASO
Llegamos al convencimiento de que un
Poder Superior a nosotros mismos podrá devolvernos el sano juicio.
En el Primer Paso, admitimos nuestra impotencia. Para algunos de
nosotros, esta era una admisión devastadora. Reflexionábamos sobre nuestros
años de adicción a la nicotina y en todos nuestros intentos por dejar de fumar.
Todo intento había fracasado. Nos dimos cuenta que no podíamos dejarlo. No
ayudó la auto-recriminación, ni la fuerza de voluntad, ni el análisis de
nuestra situación. Nos sentíamos como fracasados. Preguntábamos, ¿Por qué no
podemos dejar de fumar cuando todos los demás sí pueden?
Ahora
en el Segundo Paso, comenzamos a encontrar las respuestas a nuestras preguntas.
Habiendo admitido nuestra propia impotencia, comenzamos a abrirnos nosotros
mismos para encontrar una fuente de poder mayor que nosotros mismos, mayor que
nuestra adicción. Por la desesperanza, y sin entender por qué, llegó el
conocimiento de una alternativa. Aceptamos la posibilidad de la esperanza.
Aquellos
de nosotros que teníamos una conexión espiritual positiva vimos a Dios, como lo
concebimos, como la alternativa, como la fuente de esperanza. Para quienes habíamos
desarrollado una actitud escéptica acerca de la religión, llegar a creer en un
Poder Superior no era una tarea sencilla. Encontramos que nuestra concepción
original de un Poder Superior a nosotros mismos nos había fallado. Nos
rebelamos contra los intentos por convencernos de ideas fijas acerca de Dios.
Nos resistíamos a participar en una fe incuestionable.
Reconociendo
nuestro escepticismo, aprendimos que no teníamos que tener una definición de
Dios. Podíamos sólo actuar como si creyéramos, confiando cuando no sabíamos o
no entendíamos. “Llegar al convencimiento” era un proceso. No tenía nada que
ver con la lógica, la razón, la seguridad o entender las cosas. Más bien, tenía
que ver con nuestras propias convicciones personales, con una mente abierta, flexibilidad
y una disposición a permitir que algo bueno nos sucediera.
Con
nuestra franqueza, examinamos la frase “devolvernos el sano juicio”. Siempre
habíamos pensado en nosotros mismos como bastante cuerdos. Pero, ¿cómo podíamos
haber pensado eso, cuando 20, 40, 60 o más veces al día, continuábamos fumando
cuando sabíamos que nos estaba matando?
Primero,
la idea de locura parecía dramática, especialmente al aplicarla a nosotros
mismos. Escuchábamos en las reuniones las historias de los demás. Escuchar sus
cuentos de peligrosas carreras de cigarros a medianoche, sacar colillas de las
cunetas, botes de basura y ceniceros públicos, y fumar a través de tubos de
traqueotomía, nos hizo recordar una conducta similar nuestra. Vimos nuestra
propia locura, repitiendo las mismas acciones una y otra vez, esperando que los
resultados fueran diferentes.
Admitir
nuestra locura alrededor de la nicotina nos habría dejado en desesperanza si
nuestra única solución hubiera sido nuestra propia fuerza de voluntad. Actuando
por nuestra cuenta, no había salida. Alguien, algo, algún Poder, tenía que ayudarnos.
Vimos
el éxito de los demás, y escuchábamos cuando ellos sugerían que suspendiéramos
nuestro pensamiento racional y que le diéramos a este otro Poder una oportunidad
de trabajar en nuestras vidas. A medida que comenzábamos a escuchar lo que decían,
había un sentido de esperanza. Después de todo, no estamos solos. Este Poder y
nuestra conexión con éste, y con otra gente, era la puerta a una vida libre de
nicotina.
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