"Hace
ya varios años que está científicamente comprobado que los efectos devastadores
de los traumatismos infligidos a los niños repercuten inevitablemente sobre la
sociedad.
Esta verdad
concierne a cada individuo por separado y debería –si fuese suficientemente
conocida- llevar a modificar fundamentalmente nuestra sociedad, y sobre todo a
liberarnos del crecimiento ciego de la violencia.
Los puntos
siguientes ilustrarán esta tesis.
1. Cada niño
viene al mundo para expandirse, desarrollarse, amar, expresar sus necesidades y
sus sentimientos.
2. Para
poder desarrollarse, el niño necesita el respeto y la protección de los
adultos, tomándolo en serio, amándolo y ayudándolo a orientarse.
3. Cuando
explotamos al niño para satisfacer nuestras necesidades de adulto, cuando le
pegamos, castigamos, manipulamos, descuidamos, abusamos de él, o lo engañamos,
sin que jamás ningún testigo intervenga en su favor, su integridad sufrirá de
una herida incurable.
4. La
reacción normal del niño a esta herida sería la cólera y el dolor. Pero, en su
soledad, la experiencia del dolor le sería insoportable, y la cólera la tiene
prohibida. No le queda otro remedio que el de contener sus sentimientos,
reprimir el recuerdo del traumatismo e idealizar a sus agresores. Más tarde no
le quedará ningún recuerdo de lo que le han hecho.
5. Estos
sentimientos de cólera, de impotencia, de desesperación, de nostalgia, de
angustia y de dolor, desconectados de su verdadero origen, tratan por todos los
medios de expresarse a través de actos destructores, que se dirigirán contra
otros (criminalidad, genocidio), o contra sí mismo (toxicomanía, alcoholismo,
prostitución, trastornos psíquicos, suicidio).
6. Cuando
nos hacemos padres, utilizamos a menudo a nuestros propios hijos como víctimas
propiciatorias: persecución, por otra parte, totalmente legitimada por la
sociedad, gozando incluso de un cierto prestigio desde el momento en que se
engalana con el título de educación. El drama es que el padre o la madre
maltratan a su hijo para no sentir lo que le hicieron a ellos sus propios
padres. Así se asienta la raíz de la futura violencia.
7. Para que
un niño maltratado no se convierta ni en un criminal, ni en un enfermo mental
es necesario que encuentre, al menos una vez en su vida, a alguien que sepa
pertinentemente que no es él quien está enfermo, sino las personas que lo
rodean. Es únicamente de esta forma que la lucidez o ausencia de lucidez por
parte de la sociedad puede ayudar a salvar la vida del niño o contribuir a
destruirla. Esta es la responsabilidad de las personas que trabajan en el terreno
del auxilio social, terapeutas, enseñantes, psiquiatras, médicos, funcionarios,
enfermeros.
8. Hasta
ahora, la sociedad ha sostenido a los adultos y acusado a las víctimas. Se ha
reconfortado en su ceguera con teorías, que están perfectamente de acuerdo con
aquellas de la educación de nuestros abuelos, y que ven en el niño a un ser
falso, con malos instintos, mentiroso, que agrede a sus inocentes padres o los
desea sexualmente. La verdad es que cada niño tiende a sentirse culpable de la
crueldad de sus padres. Como, a pesar de todo, sigue queriéndolos, los disculpa
así de su responsabilidad.
9. Hace
solamente unos años, se ha podido comprobar, gracias a nuevos métodos
terapéuticos, que las experiencias traumatizantes de la infancia, reprimidas,
están inscritas en el organismo y repercuten inconscientemente durante toda la
vida de la persona. Por otra parte, los ordenadores que han grabado las
reacciones del niño en el vientre de su madre, han demostrado que el bebé
siente y aprende desde el principio de su vida la ternura, de la misma manera
que puede aprender la crueldad.
10. Con esta
manera de ver, cada comportamiento absurdo revela su lógica, hasta ahora
ocultada, en el mismo instante en que las experiencias traumatizantes salen a
la luz .
11. Una vez
conscientes de los traumatismos de la infancia y de sus efectos podremos poner
término a la perpetuación de la violencia de generación en generación.
12. Los
niños, cuya integridad no ha sido dañada, que han obtenido de sus padres la
protección, el respeto y la sinceridad necesaria, se convertirán en
adolescentes y adultos inteligentes, sensibles, comprensivos y abiertos. Amarán
la vida y no tendrán necesidad de ir en contra de los otros, ni de ellos
mismos, menos aún de suicidarse. Utilizarán su fuerza únicamente para
defenderse. Protegerán y respetarán naturalmente a los más débiles y por
consecuencia a sus propios hijos porque habrán conocido ellos mismos la
experiencia de este respeto y protección y será este recuerdo y no el de la
crueldad el que estará grabado en ellos."
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