El desapego
no se da de manera natural para muchos de nosotros. Pero una vez que nos damos
cuenta del valor de este principio de recuperación, comprendemos cuan vital es
el desapego. La siguiente historia ilustra como una mujer llego a comprender el
desapego:
“La primera
vez que practique el desapego fue cuando solté a mi marido alcohólico. Había
estado bebiendo desde hacia siete años, desde que me case con el. Durante todo
ese largo tiempo, estuve negando su alcoholismo y tratando de que dejara de
beber.”
“Hice cosas
indignantes para que dejara de beber, para hacerlo ver la luz, para que se
diera cuenta de cuanto me estaba lastimando. Realmente pensaba que estaba haciendo
lo correcto al tratar de controlarlo.”
“Una noche
vi las cosas claramente. Me di cuenta que mis intentos por controlarlo nunca
resolverían el problema. También vi que mi vida era ingobernable. No podría
obligarlo a hacer nada que él no quisiera. Su alcoholismo me estaba
controlando, aunque yo no bebía”.
“Lo dejé en
libertad para que hiciera lo que quisiera. La verdad es que de todas maneras él
hacía lo que quería. Las cosas cambiaron la noche en que me desapegué. El lo
percibió, y yo también. Cuando lo deje en libertad, me liberé yo misma para
vivir mi propia vida”.
“Desde
entonces he tenido que practicar muchas veces el principio del desapego. He
tenido que desapegarme de gente enferma y de gente sana. Nunca me ha fallado.
El desapego funciona”.
El desapego
es un regalo. Se nos dará cuando estemos listos para ello. Cuando dejemos a la
otra persona en libertad, nos liberamos nosotros.
“Hoy, cuando
sea posible, me desapegaré con amor”.
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