Ya es tiempo
de que te enojes, sí, de que te enojes mucho.
La ira puede
ser una emoción tan potente, atemorizante. También puede ser un sentimiento que
nos guíe hacia importantes decisiones, a veces decisiones difíciles de tomar.
Puede ser señal de los problemas de otras personas, de nuestros problemas, o
simplemente de problemas que debemos enfrentar.
Negamos
nuestra ira por una serie de razones. No nos damos permiso para permitir que
aflore en nuestra conciencia, al principio. Entiende que la ira no desaparece;
se asienta en capas bajo la superficie, esperando a que estemos listos, a que
nos sintamos seguros y que estemos lo suficientemente fuertes para lidiar con
ella.
Lo que
podemos hacer en vez de encarar nuestra ira y lo que esta nos esta diciendo
acerca del cuidado de uno mismo, es sentirnos dolidos, victimados, atrapados,
culpables e inseguros acerca de como cuidar de nosotros mismos. Podemos
aislarnos, negar, dar pretextos y esconder la cabeza en la arena, por un
tiempo.
Podemos
castigar, desquitarnos, levantarnos y preguntarnos.
Podemos
perdonar repetidamente a la otra persona por conductas que nos lastiman.
Podemos temer que alguien se aleje si enfrentamos la ira que sentimos hacia él
o ella. Podemos temer que tengamos que alejarnos nosotros si nos enfrentamos a
nuestra ira.
Podemos
simplemente tener miedo de nuestra ira y de la potencia de ésta. Podemos no
saber que tenemos derecho, una responsabilidad incluso –para con nosotros
mismos- de permitirnos sentir nuestra ira y aprender de ella.
“Dios mío,
ayuda a que afloren mis sentimientos de ira ocultos o reprimidos. Ayúdame a
tener el valor para encararlos. Ayúdame a comprender cómo debo cuidar de mí
mismo con la gente hacia la cual siento ira. Ayúdame a dejar de decirme a mí
mismo que algo anda mal conmigo cuando la gente me victima y me siento enojado
por la victimización.
Puedo confiar en que mis sentimientos son señal de que existen problemas que
necesitan mi atención”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario