Antes de la
recuperación, mis relaciones eran pésimas. No me iba muy bien en mi trabajo.
Estaba entrampado en mi familia disfuncional ¡Pero al menos sabía qué esperar!
(Anónimo).
Quiero que
la segunda mitad de mi vida sea tan buena como la primera fue de desgraciada. A
veces tengo miedo de que no sea así. A veces me asusta que pueda ser así.
Las cosas
buenas pueden asustarnos. El cambio, incluso el cambio para bien, puede ser
atemorizante. De alguna manera, los cambios para bien pueden ser más
atemorizantes que las épocas difíciles.
El pasado,
particularmente el de antes de la recuperación, puede haberse vuelto
confortablemente familiar. Sabíamos qué esperar en nuestras relaciones. Eran
predecibles. Eran repeticiones del mismo patrón, las mismas conductas, el mismo
dolor, una y otra vez. Podrán no haber sido lo que queríamos, pero sabíamos lo
que iba a suceder. Esto no ocurre cuando cambiamos de patrones y empezamos la
recuperación.
Podemos
haber sido bastante buenos para predecir eventos en la mayor parte de las áreas
de nuestra vida. Las relaciones serían dolorosas.
Nosotros
viviríamos en privación.
Cada año
sería casi una repetición del año anterior. A veces, las cosas se ponían un
poco peor; otras un poco mejor, pero el cambio no era drástico. No hasta el
momento en que empezamos la recuperación.
Entonces
cambiaron las cosas. Y cuanto más progresamos en este milagroso programa, más
cambiamos nosotros y nuestras circunstancias. Empezamos a explorar un
territorio desconocido.
Las cosas se
ponen bien. Se mejoran todo el tiempo. Empezamos a tener éxito en el amor, en
el trabajo, en la vida. Un día a la vez, empiezan a ocurrir cosas buenas y la
desgracia se disipa.
Ya no
queremos ser víctimas de la vida. Hemos aprendido a evitar las crisis y traumas
innecesarios.
La vida se
pone buena.
“¿Cómo
manejo las cosas buenas?”, preguntó una mujer. “Es más difícil y más extraño
que el dolor y la tragedia.”
“Del mismo
modo que manejábamos las experiencias difíciles y dolorosas”, le contesté. “Un
día a la vez”.
“Hoy, Dios
mío, ayúdame a dejar ir mi necesidad de vivir en el dolor y en la crisis.
Ayúdame a quitarme lo más pronto posible los sentimientos de tristeza y los
problemas. Ayúdame a encontrar mi base y equilibrio en la paz, la alegría y la
gratitud. Ayúdame a trabajar tan duramente por aceptar lo bueno como he
trabajado de
duro en el
pasado para aceptar lo doloroso y lo difícil”.
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