Practica la
tolerancia.
Toleramos
nuestros arranques, nuestros sentimientos, nuestras reacciones, nuestras
peculiaridades, nuestra humanidad.
Toleramos
nuestros altibajos, nuestra resistencia al cambio, nuestra naturaleza
batalladora y a veces difícil. Toleramos nuestros miedos, nuestros errores,
nuestra tendencia natural a escondernos de los problemas y del dolor.
Toleramos
nuestra vacilación a acercarnos a la gente, a mostrarnos, ser vulnerables.
Toleramos
nuestra necesidad de sentirnos a veces superiores, avergonzados y compartir
ocasionalmente el amor como iguales. Toleramos la forma como progresamos, unos
cuantos pasos adelante y dos para atrás.
Toleramos
nuestro deseo instintivo de controlar y cómo renuentemente aprendemos a
practicar el desapego. Toleramos la forma como decimos que queremos amor, y
luego a veces hacemos que se alejen los demás. Toleramos nuestra tendencia a
volvernos obsesivos, a olvidarnos de confiar en Dios y, ocasionalmente, a
quedarnos atorados.
Hay algunas
cosas que no toleramos. No toleramos conductas abusivas o destructivas en
contra de los demás o de nosotros mismos.
Practiquemos
una sana, amorosa tolerancia hacia nosotros mismos, dijo un hombre. Cuando lo
hagamos, aprenderemos a tolerar a los demás. Luego, vayamos un paso más allá.
Aprendamos
que toda la humanidad que estamos tolerando es lo que nos hace bellos a
nosotros y a los demás.
“Hoy seré
tolerante conmigo mismo. A partir de ello, aprenderé a ser adecuadamente
tolerante con los demás”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario