Qué fácil es
culpar a los demás de nuestros problemas. “Mira lo que él está haciendo” “Mira
cuanto he esperado” “¿Por qué ella no me llama?” “Si tan solo él cambiara, yo
sería feliz”.. Con frecuencia, nuestras acusaciones son justificadas.
Probablemente
nos sentimos dolidos y frustrados. En esos momentos podemos empezar a creer que
la solución a nuestro dolor y frustración está en que la otra persona haga lo
que queremos o que las cosas resulten como lo deseamos. Pero estas ilusiones
autoderrotistas colocan el poder y el control de nuestra vida en manos de otras
personas. A esto le llamamos codependencia.
La solución
válida a nuestro dolor y frustración, es reconocer nuestros propios
sentimientos. Sentimos la ira, la pena; luego dejamos ir nuestros sentimientos
y encontramos la paz, en nuestro interior. Sabemos que nuestra felicidad no la
controla otra persona, aunque nos hayamos convencido de ello. A esto le
llamamos aceptación.
Después
decidimos que aunque nos gustaría que nuestra situación fuera diferente, tal
vez nuestra vida esté transcurriendo de esta manera por alguna razón. Quizá
esté en juego un propósito y un plan superiores, uno mejor que el que nosotros
podríamos haber orquestado. A esto le llamamos fe.
Después
decidimos lo que necesitamos hacer, qué está dentro de nuestro poder para
cuidar de nosotros mismos. A eso se le llama recuperación.
Es fácil
señalar con nuestro dedo a otra persona, pero es más recompensante señalar
suavemente con él hacia nosotros mismos.
“Hoy viviré
con mi dolor y frustración, lidiando con mis propios sentimientos”.
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