Me senté en
el coche, viendo el letrero en la puerta de la oficina de víveres: “Cerrado
hasta el viernes”. Era miércoles. Tenía dos hijos hambrientos y, yo misma, no
tenía dinero.
Apoyé la
cabeza sobre el volante. Ya no aguantaba más.
Había sido
tan fuerte, tan valiente, tan confiada durante tanto tiempo. Era una madre
soltera con dos hijos, recién divorciada.
Había
trabajado tan valerosamente por sentirme agradecida de lo que tenía, al tiempo
que fijaba metas económicas y trabajaba en creer que merecía lo mejor.
Había
soportado tanta pobreza, tanta privación. Diariamente trabajaba el Paso Once.
Trabajaba duro rezando para que Dios me diera a conocer Su voluntad sólo para
mí y para que me diera la fuerza para cumplirla. Creía que estaba haciendo lo
que necesitaba hacer en mi vida. No estaba payaseando. Estaba haciendo mi mejor
esfuerzo, estaba trabajando lo más que podía.
Y
simplemente no había suficiente dinero. La vida había sido una lucha en muchos
sentidos, pero la lucha con el dinero parecía no tener fin.
El dinero no
lo es todo, pero se necesita para resolver ciertos problemas. Estaba harta de
“dejar ir” y “dejar ir” y “dejar ir”. Estaba harta de “actuar como si” tuviera
suficiente dinero. Estaba cansada de tener que trabajar tan arduamente a diario
por dejar ir el dolor y el miedo de no tener lo suficiente. Estaba cansada de
trabajar tan duro por ser feliz sin tener lo suficiente. De hecho, la mayor
parte del tiempo estaba feliz. Había encontrado mi alma en la pobreza. Pero
ahora que ya tenía a mi alma y a mi ser, quería también algo de dinero.
Mientras
estaba en el coche tratando de recomponerme, escuché a Dios hablar con esa
silenciosa, calmada voz que murmura suavemente a nuestras almas.
“No tienes
que volver a preocuparte por dinero, criatura. No a menos que así lo quieras.
Te dije que yo cuidaría de ti. Y lo haré.”
Magnífico,
pensé. Muchísimas gracias. Te creo. Confío en Ti. Pero mírame. No tengo dinero.
No tengo comida. Y la oficina de víveres (la oficina gubernamental encargada de
proveer de comida a la gente sin empleo en Estados Unidos) está cerrada. Me has
fallado.
De nuevo
escuche su voz en mi alma: “No tienes que volver a preocuparte por dinero. No
tienes por que volver a tener miedo. Te prometí que cubriría todas tus
necesidades”.
Me fui a
casa, le llame a una amiga y le pedí algo de dinero prestado. Detestaba pedir
prestado, pero no tenia alternativa. Mi derrumbamiento en el coche había sido
un alivio, pero no resolvió nada, ese día. No había ningún cheque en el buzón.
Pero
conseguí comida para ese día. Y para el día siguiente. Y el siguiente. A los
seis meses, mis ingresos se habían duplicado. A los nueve meses, se habían
triplicado. Desde ese día, he tenido épocas difíciles, pero nunca me la he
tenido que pasar sin nada, no mas que por un momento.
Ahora tengo
suficiente. A veces aun me preocupo por mi dinero porque me parece tan
habitual. Pero ahora no tengo por qué hacerlo, y sé que nunca tuve que hacerlo.
“Dios mío,
ayúdame a trabajar duro por lo que creo que está bien para mí en mi vida hoy, y
confiaré en Ti para el resto. Ayúdame a dejar ir mis miedos acerca del dinero.
Ayúdame a darte a Ti esa parte, Dios mío. Quita los obstáculos y las barreras
en mi vida para el éxito económico”.
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